Asesino
No tuvo suerte. Al nacer quedó prendida
en su alma agua enlodada
y cristales
que no absorben
-porque nunca les da el sol-
los humores de la tierra.
Niñez aterida entre la incertidumbre
de atravesar la hierba alta
del "Huerto de las culebras", o avanzar,
-Odiseo precoz- en un mar de opacas olas
súbitamente profundo:
"No hago pié, no hago pié..."
Cruza su primera hombría como una inquietud.
Nadie le enseña a diferenciar
el cardo santo del ajonjero,
el arándano de las moras, la cabra del corzo,
el sueño de la vigilia.
Peor aún; no recibe homilía
sobre lo bello, lo justo,
sobre los pliegues del alma y su significado.
No comprende porque le llaman
"ruin", "mezquino", pero sus gestos llegan
siempre tarde, siempre a contraluz,
y una erosión de arenas
movedizas bajo su corazón
le hacen murmurar:
"No hago pié, no hago pié..."
Ahora el cuchillo
bombea una y mil veces
contra esa oscuridad obstinada
en negarle las respuestas,
y cada zarpazo le hunde más
entre los escollos de ese cuerpo embotado
que sordamente resuena a cada golpe:
"No hago pié, no hago pié..."